La fascia y la artrosis: por qué la rigidez no siempre está donde duele
Durante muchos años, el abordaje de la artrosis se centró casi exclusivamente en la articulación que duele. Rodilla, cadera, columna o manos se convertían en el foco absoluto del tratamiento. Sin embargo, la experiencia clínica y la observación atenta del cuerpo humano nos muestran algo distinto: en numerosos casos, el origen de la rigidez y del dolor no está exactamente donde la persona lo siente.
Después de más de tres décadas acompañando a personas con dolor articular, puedo afirmar que la fascia juega un papel clave en la forma en que la artrosis se manifiesta, se mantiene y, en muchos casos, se agrava.
¿Qué es la fascia y por qué es tan importante?
La fascia es un tejido continuo que envuelve músculos, huesos, articulaciones, nervios y órganos. No está fragmentada en partes aisladas: forma una red tridimensional que conecta todo el cuerpo. Gracias a ella, el movimiento es fluido, coordinado y eficiente.
Cuando la fascia está sana, permite que las fuerzas se distribuyan de manera equilibrada. Cuando pierde elasticidad —por falta de movimiento, estrés, dolor persistente o condiciones ambientales como la humedad— se vuelve más rígida y transmite tensión de una zona a otra.
Esto explica por qué una persona con artrosis de rodilla puede sentir rigidez en la cadera, en la espalda o incluso en el cuello. El cuerpo funciona como una unidad, no como piezas independientes.
Artrosis y fascia: una relación poco visible
En contextos de artrosis, la fascia suele adaptarse de forma defensiva. El cuerpo intenta proteger la articulación afectada creando zonas de tensión y restricción del movimiento. A corto plazo, esto puede aliviar la sensación de inseguridad; a largo plazo, genera rigidez global y amplifica el dolor.
La humedad ambiental influye directamente en este proceso. La fascia es altamente sensible a los cambios del entorno. En ambientes húmedos, pierde capacidad de deslizamiento, se vuelve más densa y transmite con mayor facilidad la sensación de pesadez y rigidez.
Por eso, muchas personas describen su cuerpo como “agarrotado” o “pesado” en determinados días, incluso sin haber realizado esfuerzos físicos.
Cuando el dolor no señala el origen
Uno de los aprendizajes más importantes en el tratamiento de la artrosis es entender que el dolor no siempre indica el lugar donde está el problema principal. A menudo señala la zona que está soportando más carga o compensando un desequilibrio.
He visto innumerables casos en los que, al mejorar la movilidad fascial de zonas alejadas de la articulación dolorosa, el dolor disminuye de forma significativa. No porque la artrosis haya desaparecido, sino porque el cuerpo ha recuperado una mejor distribución de tensiones.
Este enfoque requiere tiempo, escucha y una mirada global del cuerpo. No se trata de forzar, sino de devolverle al sistema su capacidad natural de adaptación.
Movimiento fascial: suave, lento y consciente
El trabajo con la fascia no responde bien a la brusquedad ni a la prisa. Necesita movimientos lentos, amplios y conscientes. El objetivo no es “estirar fuerte”, sino permitir que el tejido recupere su elasticidad progresivamente.
Prácticas como la movilidad articular suave, el trabajo postural consciente, la respiración profunda coordinada con el movimiento y secuencias inspiradas en el tai chi adaptado son especialmente eficaces en personas con artrosis.
Diez o quince minutos diarios de este tipo de movimiento pueden generar cambios profundos en la sensación corporal, especialmente en periodos de humedad.
La fascia también responde a la emoción
La fascia no solo reacciona al movimiento, sino también al estado emocional. El estrés, el miedo al dolor y la tensión sostenida se reflejan directamente en el tejido fascial.
Muchas personas con artrosis viven en un estado de alerta corporal constante, anticipando el dolor. Esta hipervigilancia mantiene la fascia en contracción y reduce su capacidad de adaptación.
Cuando el cuerpo se siente seguro —a través de un trabajo respetuoso, progresivo y comprensible— la fascia responde. Se ablanda, se reorganiza y permite que el movimiento vuelva a ser más fluido.
Un cambio de mirada necesario
Entender el papel de la fascia en la artrosis cambia por completo la forma de abordar el dolor articular. Deja de ser una lucha contra una articulación “dañada” y se convierte en un proceso de acompañamiento global del cuerpo.
No se trata de eliminar la artrosis, sino de reducir el sufrimiento innecesario que aparece cuando el cuerpo pierde su capacidad de adaptación.
A lo largo de los años he ido integrando este enfoque en mi trabajo diario, observando cómo muchas personas recuperan movilidad, confianza y una relación más amable con su cuerpo.
Cuando empezamos a entender que la rigidez no siempre está donde duele, se abre una puerta nueva: la de un cuidado más inteligente, más humano y más sostenible en el tiempo.
...A la continuación parte 3...
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